
Gorrión rojo parece una excusa para criticar el comunismo. Solamente aporta una imagen fría y cruel de Rusia, y un jugo de engaño con el espectador, quien desconoce hasta el final dónde está la verdad y dónde la mentira.
Sin profundizar en sus personajes y mucho menos en la relación madre-hija ni Dominika-Nathaniel, lo mejor que tiene son sus contínuos giros que provocan que bailemos de un lado a otro sin saber nunca que hay en la mente de Dominika.
Llena de escenas de dureza, a parte de desagradable, no consigue la empatía del público en ningún instante. Si bien hubiéramos llorado si el tema hubiera sido bien tratado, simplemente nos produce tensión y repulsión.
A pesar de ello, Jennifer Lawrene consigue inspirar la frialdad, inteligencia y control que desea el director, sumándole puntos al film; igual que sus actores más veteranos, Charlotte Rampling y Jeremy Irons.
En definitiva, aunque estamos delante de un interesante juego de mentiras y una buena escenografía, en 139 minutos había tiempo de sobras para que la historia fuera mejor trabajada.
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